miércoles, 28 de enero de 2009

el primero

…entonces, saque mis codos de la baranda, como para incorporarme y con ese gesto juntar, magica o tragicamente, valor.
La noche se congelo en si misma y mientras un leve viento movia las hojas de los arboles que rozaban tu balcon, intente mirarte a los ojos casi con avidez caníbal.
Yo no supe bien como canalizar esa ternura y a la vez esa premura casi animal que me impulsaba a tocarte.
El pelo te caia por los hombros con un alboroto suave.
Era increíblemente oscuro y enmarcaba tu expresión. Una expresión tan inocente y a la vez tan desmedidamente lujuriosa que me intimidò.
En ese momento me senti menos y las dudas me llenaron las manos y los ojos. Pero mi boca, mucho mas sabia o acaso mas osada te pedia.
Fue entonces cuando te acercaste, con un movimiento tan imperceptible y a la vez tan obvio que no dejò lugar a mis torpes dudas.
Alcè las manos y te toque el pelo, e hice ese gesto casi por reflejo de acomodarlo detrás de las orejas. Quiza para verte mejor.
La luna, (o el alumbrado publico, que importa?) te iluminò la cara. Los ojos tan abiertos y vivaces, la nariz tan recta y delicada, el gesto abrumadoramente tierno y la boca… entreabierta y –hoy me doy cuenta- invitadora.
Te acaricie las mejillas con ambas manos mientras me mirabas a los ojos con una profundidad que describirla serìa como desmerecerla.
Me agarraste las manos, poniendo las tuyas sobre las mias y después… después retribuiste mi caricia torpe con un gesto genial.
Pusiste tu mano sobre mi cara, y mi frente y mi mejilla y cuando la tensiòn llegaba a un pico insoportable acerquè mis labios a los tuyos y se produjo el milagro.

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