miércoles, 28 de enero de 2009

El extirpador de almas

El extirpador de almas
Por Hernan Longoni

La ciudad arrojaba sus propias sombras en el sopor de la tarde. Las grises paredes tachonadas de cristal plomizo se elevaban al cielo, arañando el vientre de las nubes con un gesto desgarrador y a la vez suplicante.

Las calles, como viejas heridas, surcaban las raices de los rascacielos temblando ante el paso de grandes vehículos, cuyos vientres cargaban cuerpos acinados.

Era una tipica tarde de enero. El sol calcinaba a los transeúntes, que ajenos al fuego que desde lejos los quemaba seguían adelante arrastrando sus rutinas. Apenas podía verse entre el smok y el vapor que manaba de las alcantarillas, que con sus misterios dejaban escapar apenas ese vaho pútrido del interior de la tierra.

Multitud de tonos de gris desenvolvían su destino encimados a cuerpos vagabundos a quienes la luz del día apenas arrancaba un gesto de fastidio.

Era la hora pico. Los subterráneos cargados a tope, los ómnibus repletos. Caos, bocinas y mal humor. Era una tipica tarde de enero.

Apenas concluída la jornada, se encaminó a su casa. Estaba distante, en esos barrios bajos llenos de ancianos. Aun tenia por delante un buen trecho de asfalto, semáforos y marquesinas, que irian disminuyendo su tamaño y su brillo con el correr de las cuadras hasta desaparecer por completo en el lugar de destino.

Habian pasado dias desde su liberación, ese rito familiar en el que los padres ponen al niño de frente a la vida y lo dejan hacer según su criterio y que es previo a la extirpación.

Pese a ello, los dias se amontonaban colmándolo de experiencias nuevas, de desazon y de dudas.

No era asi con Ignacio, quien parecia adaptarse mejor a esta suerte de purgatorio urbano. Después de todo, el era mas grande y hacia mas tiempo que estaba en su liberato. Tambien le faltaba mucho menos para la extirpación y la esperaba con ansias.

No entendia muy bien porque, pero como le había dicho su madre “Héctor, cuando pases el ritual siguiente, la vida dejará de ser una carga, y entenderás que el motivo de tu presencia aquí es que no existen motivos”.

Hasta entonces solo había interpretado esa frase como palabras sueltas. Es que sus escasos 13 años no le permitían entender mucho mas. Unia en su mente las sílabas, formaba la frase, y no la entendía.

“Es cosa de extirpados”, pensó, y se aventuró en esto que según había leído era vivir.

Héctor era una persona como cualquier otra. De tez blanca y cabellos cortos, su delgadez apenas podría confundirse con debilidad. Sus largos brazos enmarcaban un estilizado torax, pese a lo cual al verlo no se diría de el que era frágil.

Unos grandes y esquivos ojos marrones apenas disimulaban su estupor y su rabia.

Rabia que le venia como oleadas de furor adornadas con incertidumbre.

Ingresó en su casa, en un veinteavo piso de una zona alejada, encendio la luz que apenas pudo abrazar los objetos esparcidos en un prolijo desorden. Caminó dando tumbos entre los enceres. Encendió la televisión.

A regañadientes abrió una lata de pasta, y la deboró sin ganas en medio de la salita sombría y adusta.

Apenas había llegado y ya quería irse, apenas se acostumbraron sus grandes ojos cansados a la penumbra, ya su corazón quería ganar la calle para huir.

Huir era un verbo imposible, inconjugable, insospechadamente lejano e impracticable. Siempre estaría consigo, siempre las dudas lo atormentarían, siempre su miserable existencia crecería a la sombra de lo que otros le habian legado.

La atmósfera viciada y apenas respirable lo fue adormeciendo, y de resignado talante se fue abandonando al sueño que lo sorprendió vestido. La camisa de lánguidas rayas verticales y azules, los botones flojos y el pantalón raído.

Ignacio lo sacudió con fuerza pero sin animosidad, como no obtuvo respuesta volvió a sacudirlo con resultado favorable esta vez. Los grandes ojos grises pasearon por el cuerpo de Héctor casi con el insostenible sentimiento de la pena. “Es raro” pensó “...esto me resulta familiar” refiriéndose a lo que había experimentado. Pero no pudo recordar bien que era. Un “Deja vu” dedujo.

Como fuere, Héctor ya estaba incorporándose y su delgado cuerpo proyectaba una larga sombra que se perdía bajo la mesa. Lo miró maquinalmente –de haber podido hubiera tenido un pensamiento de espanto – y le arrimó una silla.

Héctor se acomodó la ropa, se hizo hacia atrás el corto cabello, mas en un gesto reflejo que por necesidad, y se sentó al lado del que hasta ahora era su amigo. Bebió despacio la leche tibia, se incoporó y se lavó la cara en la pileta de la cocina que formaba parte de la sala.

Tomó un abrigo, a pesar del calor, y salió. Hoy iba a necesitar de ese abrigo y de algo mas.

La calle para Héctor era un ambiente hostil, un entorno que le era ajeno y esquivo, pese a lo cual era una sensación a la que estaba acostumbrado.

Tras él bajó Ignacio, con actitud determinada. Verlo bajar los peldaños del portico del edificio le dio una sensación de inferioridad, después de todo, la extirpación pronto le sobrevendría y ya su vida cobraria sentido sin tenerlo. Ese era el principal beneficio del rito.

Una vez en la oficina, la pila de papeles para repartir apenas le dejaba ver por encima. Escudriñó las direcciones y dedicó su tarde a acomodar en los cubiles los sobres según su destinatario. El trabajo era lo unico que tenía y queria... o no.. en los ultimos dias una sensación ajena y prohibida lo embargaba, aunque no sabia de que se trataba.

Esa tarde giró en una esquina en el interior del edificio y al cruzar el arco de una puerta de improviso vio una figura que antes habia visto pero no habia observado.

Ella lo miro intentando con fuerza dominar su curiosidad y su deseo, el suelo temblo bajo sus pies y por primera vez se percato de que no solo el sol entibia los cuerpos. Algo mágicamente similar le parecio percibir a el, que desde su estupor no conseguia reponerse.

El tiempo se detuvo, la gente desaparecio, los bordes de los cubiles se difuminaron y una sensación tan extraña como maravillosa lo invadio por completo, y el, manso, se dejo invadir.

Nada fue lo mismo a partir de ese momento. Descubrio que su mundo no se agotaba en si mismo y extrañado se aventuro en aquello que por extraño y nuevo debía ser peligroso.

Todos sus dias comenzaron a ser diferentes, cada minuto le deparaba una sorpresa, y entendio que el dolor puede ser dulce tambien y que la incertidumbre forma parte del juego.

Ella no se resignaba a develar parte de sus misterios. Se resistía mansamente a sucumbir a esto que no sabia bien que era pero que le habian advertido que sucedería. Intentaba por medios ineficientes mantener una distancia que la colocaba en un punto incomodo y a la vez poderoso.

Mantenía una conciencia casi maliciosa acerca de sus poderes y de sobre quien los ejercía. Entendió entonces que ese don le habia sido entregado en forma natural, y que quizá, solo quizá fuera por ello alguien especial.

El sabía que por alguna razón ella lo era. Enviaba sobre el sus hordas de plácidos hechizos, que por la noche lo atormentaban. Pese a lo cual un extraño poder lo empujaba a acortar la distancia entre ambos de la manera que fuese.

Cuando hablaron por primera vez un estruendo de cristales rotos inauguró un remanso adornado de violines y azahares aromáticos. Nadó cada uno en el mar de los ojos del otro, y allí, buceando con furia de buzo ciego exploraron por primera vez a otro sin haber explorado antes en si mismos.

Y el mundo cambió...

Acomodaron ideas, trazaron planes en el aire sin necesidad de palabras, dibujaron atléticas figuras de pareja. La ciudad dejó de ser gris, la llenó un sol prístino y la inundó el aire fresco de otoño, un otoño acogedor y extrañamente nuevo.
Ambos sabían de lo peligroso de la situación, después de todo, la extirpación estaba cerca y no se suponía que uno hiciera lo que ellos en esos días, ni aún después, aunque después ya no contaba.

Asi que como la mayoría de la buenas cosas, lo hicieron a escondidas, intentando simular indiferencia ante los otros. Pero un alma enamorada, emite una energía tan particular y única, tan inmensamente poderosa que no podría nunca seguir en su furtividad.

Aquella tarde los encontró unidos y por primera vez la vida les explotó en colores, tan nítidos, tan especiales y únicos que era evidente que la naturaleza los había creado solo para ellos.

Y a partir de ese momento se generó otro vínculo. El que genera el haber dado el alma a otro, el que, ahora lo entendían, daba la razón de ser a esto que hasta ese momento llamaban vivir y que solo era durar.

A partir de entonces sus cuerpos estarian unidos por una fuerza misteriosa e invisible, por una calida y ajena sensación de pertenencia que hasta entonces no habian percibido y que jamas podrían volver a sentir, habian descubierto el pecado mas grave, el crimen mas atroz de todos, habian encontrado lo que sus ancestros llamaban alma y habian entendido, asi, de manera natural, instintiva y hasta accidental que esa alma ya no les pertenecia y que era del otro, ahora y para siempre.

CAPITULO II

Apenas el escuálido sol se asomo por la ventana, tuvo esa sensación fria y extraña, una especie de llamado mudo que desde lejos lo atraía.

Comprendió sin saber de que se trataba y casi instintivamente supo lo que tenía que hacer.

Ignacio hacia meses habia pasado por eso y con docilidad se había entregado al rito de la extirpación, al que Héctor debió concurrir.

Los fieles acudían al evento con una cierta solemnidad y a la vez con espíritu festivo. Se suponía que era el rito mas importante en la vida de una persona, y a eso era a lo que asistían.

La de “extirpador” era la dignidad mas alta en la jerarquía religiosa y para asumir ese cargo era menester pasar por una larga cadena de circunstancias y eventos no exentos de favores, deudas de gratitud y honor y una carga enorme de lo que se había dado en llamar sabiduría, a la que solo se llegaba avanzado ya en edad. Solía rumorearse que los “extirpadores” no habían pasado por el rito que daba origen a sus menesteres o que algunos habían llegado a este mundo ya sin alma.

El recinto era una sala oval, revestida en mármol blanco en sus paredes y piso, con gradas para la gente que asistiera.

Ignacio, ataviado con su sencillo sayo ritual ingresó en la sala por la puerta pequeña ubicada al oeste en actitud resoluta.

Enseguida fue ubicado en una mesa de madera maciza en la que los edecanes del extirpador lo prepararon ungiéndolo con aceites para proceder luego a colocarle las ataduras de cuero en las muñecas y tobillos.

Solo cuando Ignacio estuvo inmovilizado y la sala quedó en silencio hizo su ingreso el Extirpador por la gran puerta del ala este de la sala.

Una suave melodía celestial lo acompañaba junto con los edecanes que habían atado a Ignacio a la mesa.

La larga túnica de seda bordada con finos hilos de oro y plata parecía flotar sobre el frio mármol del piso del recinto. El bastón adornado con piedras preciosas en la mano derecha apenas quedaba por debajo del tocado ritual que coronaba la cerviz del nuncio cuya delgadísima figura ayudaba a dar ese aspecto etéreo al funcionario, sin dejar de mantener un halo de severidad.

La piel grisasea dió un aire macabro al personaje cuando la luz, ya de por si tenue del salón, se apagó quedando tan solo un aura que emergía trabajosamente desde los zócalos hacia el centro buscando la mesa ritual.

Hubiera sido deseable un mayor preámbulo a la ceremonia, pero Ignacio era de una familia de los bajos estratos, por lo que el proceso dio inicio casi sin introito alguno.

Al lado de la cama ritual había algo semejante a un altar del cual el Extirpador extrajo una caja metálica de la que salían cables anudados a clavijas que pendian hacia el suelo. Ambos edecanes se arremolinaron sobre el cuerpo de Ignacio que no podía mas que mover los ojos en todas direcciones invadido cada vez mas por una sensación de temor que crecía vertiginoso en su pecho.

Ambos brazos abiertos en posición de cruz con las piernas levemente abiertas, su cuerpo estaba cubierto solo por la tunica de algodón. El Extirpador tomó una clavija que pendía de la caja, la ungió en aceites se acercó al cuerpo del futuro extirpado pronunciando secretas oraciones en voz apenas perceptible en la antigua lengua que solo los extirpadores conocen.

Sin mayor preámbulo inserto la primer clavija en la planta del pie derecho, con un movimiento rapido y preciso. El elemento metalico ingreso en la carne magra de esa zona atravesando músculo y hueso, hasta quedar instalado.

Ignacio se debatió en un tremendo grito de dolor que desgarró el macabro silencio establecido en el templo, a la vez que intentaba en vano deshacerse de sus ataduras, sacudiéndose en espasmos cortos.

El extirpador tomo la segunda clavija e hizo lo propio en el pie izquierdo. Para entonces Ignacio estaba a punto de desmayarse pero los edecanes estaban administrándole la droga que hacia de este alivio algo imposible.

Nuevamente la punta afilada de la clavija desgarró la carne y destrozó hueso y nervio y atravesó el pie quedando el extremo ahusado expuesto al otro lado.

La sangre que manaba de las heridas corría por los canales rituales instalados a cada lado de la mesa, pasando luego por filtros y tuberías que la llevaban a un depósito instalado en el altar. Un recipiente graduado contenía la misma y marcaba que el líquido alli depositado llegaba ya al litro. En cualquier momento Ignacio empezaría a experimentar los síntomas de la pérdida de sangre, su presión arterial bajaría, su piel tomaría el color azul de la cianosis.

El Extirpador prosiguió con la siguiente fase del rito y comenzo a caminar alrededor del cuerpo yaciente y vacilante de Ignacio, recitando frases sacramentales al tiempo que gesticulaba grandilocuentemente.

Entre tanto, los edecanes habían insertado en los brazos del futuro extirpado agujas en las cuales la misma sangre del cuerpo, ya purificada le era transfusionada evitando de esa manera la muerte por desangramiento produciéndose a la vez la santificación del cuerpo.

Los gritos de Ignacio cobraron intensidad, pero eran solo sonidos guturales. El rito de la extirpación vedaba al extirpado la posibilidad de proferir frases o siquiera palabras sueltas. De hacerlo la extirpación fracasaría, el aparato purificador de sangre le sería irremediablemente desconectado y el cuerpo sería abandonado por el alma que vagaría sin descanso, quedando el fallido extirpado en un estado intermedio de tormento hasta que la muerte, final de todo y de todos, acabe con el mismo.

Fiel a sus creencias Ignacio solo expresaba su dolor con gritos ininteligibles. Ni una sola palabra saldría de su boca. El era un firme creyente y estaba persuadido de que luego de la extirpación la ausencia del bien o del mal, del amor o del odio, de todo sentimiento traería alivio a su sufrimiento terrenal.

El alma era un elemento indeseable que hacia del cuerpo un instrumento sensible y por ende atraía el sufrimiento.

Fue en ese instante que el Extirpador decidió proseguir con el ritual, y tomando entre sus manos la tercer clavija se aproximó al cuerpo y en un seguro y firme movimiento la insertó en la axila derecha de Ignacio que renovó sus alaridos que taladraban los oidos de quienes asistían al acto.

El elemento punsante ingreso por la dermis y penetró 15 centimetros de torax, pasando muy cerca del pulmón, atravesando en su camino un ganglio y varios músculos.

La sangre ingresaba a borbotones en el recipiente que apenas daba abasto para purificar la sangre y bombearla de nuevo al interior de la víctima.

Fue el turno entonces de la axila izquierda, y nuevamente Ignacio sintió el dolor laserante y la succión de su sangre hacia el exterior... Siempre rondaba el peligro de la muerte, o peor aun, el mortal riesgo de proferir alguna maldición...

Para entonces Ignacio estaba al borde de la muerte, su pulso se habia acelerado a 140 latidos por minuto y su presion arterial apenas era de 6. Su tez era blanca y sus ojos saliéndose de sus órbitas denotaban una brutal desesperación.

Para finalizar, el Extirpador se colocó delante de la cabecera de la mesa ritual y con total soltura, casi a desgano, introdujo la ultima clavija por el oido derecho de Ignacio. Esta, a diferencia de las anteriores, era mas corta pero mas afilada. Apenas fue introducida una sensación de dolor insoportable invadió al extirpado que no pudo reprimir el insulto a los gritos...pero ya no le salió.

Un silencio abrumador y plácido lo invadió, su presión arterial comenzó a estabilizarse y su dolor empezó a redimir. La mirada fija en el techo del templo se concentró en la imagen de un angel que invitaba al ingreso a un valle a través de un pórtico de rejas elegantes.

Fue en ese instante en que el Extirpador accionó los comandos de la máquina erradicadora y una corriente eléctrica fue transmitida por los clavijas al cuerpo, que comenzó a sacudirse en espasmos tan potentes que las muñecas cedieron y se rompieron ante el esfuerzo. Los brazos comenzaron a agitarse sueltos en el aire dibujando indescriptibles movimientos.

El cabello comenzó a humear levemente. Esto marcó para el nuncio el fin del rito y procedió a desconectar la maquinaria sagrada.

El ya extirpado Ignacio yacía con rostro desdibujado y mirada impersonal, lo que contrastaba con el caótico estado del resto de su cuerpo. Ambas piernas permanecían atadas, las muñecas rotas, el cabello quemado.

Los edecanes procedieron a desconectar las clavijas que arrojaban aun sangre sobre el piso, el cuerpo de Ignacio quedo tendido y asi permanecería por un par de días. Ya no volvería a sufrir, el frio o el calor no lo invadiría, no tendría ambiciones o recelos, no experimentaría odio ni voluntad. Su vida sería a partir de ese momento la larga continuidad sin sobresaltos que tienen todos los extirpados, y reaccionaría tan sólo al llamado de su cuerpo para satisfacer necesidades y saciarlas cuando el código ritual, sancionado por los ancestros, así lo permitiera.

Cuando todo terminó Héctor temblaba ostensiblemente en su banco, en parte por miedo al dolor físico que le sería impetrado en el rito que se le aproximaba pero en mayor medida por aquello que crecía en su interior y que no quería abandonar. Algo que sería indefectible llegado el momento.

Y ahora, estaban clamando por el.


CAPITULO III

La contempló largamente entre los hilos de luz que la madrugada desperdiciaba en su postrer intento por detener la noche. Los cabellos prolijamente desordenados cubrían apenas parte de su rostro que se le antojó angelical. Su serena expresión, la placidez tan honda de su gesto, la alegría inconcientemente dibujada en sus labios.

Comprendió que verla era un privilegio tan especial, tan particularmente singular y breve que le estaba reservado tan solo a un elegido. Y se sintió especial... y se sintió poderoso... y se sintió acompañado. Sintió lo que los ángeles sin dudas sentían en el paraíso. Se reveló ante él el secreto mas sublime y sagrado. Entendió que para ocupar ese lugar y permanecer en él algún designio divino habría intervenido.

Y el pánico lo congeló... y experimentó la espantosa sensación de caminar sobre hielo muy delgado en un lago de gélidas aguas. No era el sempiterno temor a perderla lo que lo acuciaba sino algo mas doméstico y simple, hasta se diría mas trivial, lo invadió el fatídico hecho de que inevitablemente se despertaría y se rompería asi el hechizo al que tan dócilmente Héctor se entregaba y que ejercía sobre el su poderoso influjo.

Y así fue. Un leve movimiento suyo interrumpió el sueño y al terminar el conjuro ella no pudo mas que despertar... Y algo se rompió y nació al mismo tiempo. Y verla despertar tan dulce y familiarmente fue un abrupto placer inmejorable que le causaba el gozo de tenerla para si.

Y pudo darse el lujo de mostrarse como era, de desnudar su verdad sin proezas quedando ausente el miedo que eso siempre da, el que trae aparejada la sensación de que al abrirnos damos al otro una poderosa arma que podrá volverse en nuestra contra. Supo que ella jamás se volvería contra el y encontró de esa manera un lugar en el cual descansar de la cotidiana batalla que afuera tenía lugar.

Se sintió por primera y única vez completo en cuerpo y espíritu, entregado tan enteramente que dicha entrega sólo era comparable a la de ella.

CAPITULO IV

El latido que venía percibiendo desde antes de la extirpación de Ignacio se acrecentaba con el tiempo. Prontamente su madurez se abriría paso y lo dejaría expuesto y listo para el rito de la extirpación.

Ella le había informado que también lo percibía y una sensación de inminente pérdida los ganaba lentamente a los dos.

La tarde que la extirparon fue, contrariamente a lo que era de esperar, soleada y fresca. Una suave brisa otoñal rondaba las calles presagiando el frio que se aproximaba.

El llamado le habia ido llegando de a poco, en dosis casi imperceptibles pero muy poderosas. Un llamado natural, instintivo. Supo que no podria evitarlo y entendio que tampoco lo queria.

Cuando los funcionarios del culto llegaron a su casa la notificación no hacia falta. Ella sabia lo que le esperaba y mansamente acepto su destino.

Parecio darse cuenta de que era eso y solo eso lo que toda su vida habia esperado, y que la sensación de bienestar lograda hasta el momento y sus pequeños triunfos no significaban nada frente a esto que ahora se avecinaba.

Sintio cierta satisfacción porque al fin iba a ser como los demas. Lo que habia planeado de pequeña y que hasta ahora no habia podido lograr –en parte sin dudas por Hector- se concretaria por fin.

Guardo celosamente el secreto de la notificación, especialmente de Hector, que seguia mirándola profundamente enamorado y empezo a cuidar celosamente las puertas del alma que no le habia abierto.

Asi, en esa actitud de centinela alerta y esquivo se mantuvo evitando contacto en cuanto pudiera, arrojando nubes de soledad y dudas sobre ella y sobre lo que habia furtivamente construido con Hector.

El por su parte poco entendia del asunto. Solo le interesaba estar con ella y nada mas. Hacia tiempo habia dejado de lado sus aspiraciones, confundiendo eso con la vida. Evitando, o intentandolo, que no se notara que su plan en el mundo era solo estar con ella.

Poco a poco las cosas cambiaron, ella se torno lejana, y cada dia pasaba mas tiempo estudiando reunida con funcionarios y aprendices eclesiásticos. El comenzo a sospechar algo y un sentimiento de furia empezo a crecer en su interior.

Un dia, sin mediar mas que ligeras sospechas la encontro irremediablemente extirpada, mirándolo a los ojos con el afecto de una tía lejana, con expresión estupidamente feliz.

Y el mundo, nuevamente, cambio...

CAPITULO V

Los primeros meses fueron insoportables: la sensación de vacio lo invadia constantemente. Se evadia, corria, caminaba pero no llegaba a ningun lugar.

Asi fueron pasando, terribles los meses, en una larga sucesión de dias insulsos e iguales.

Poco a poco fue sintiendo el peso de la ausencia, agravado por la expresión de familiaridad en el rostro de ella cuando lo veia.

Hasta que una tarde de encierro y de frio sintio como la piel se le caia en jirones transparentes y se amontonaba a sus pies formando parvas.

Una sensación de ahogo enorme le apretaba el pecho ayudado por una irrespirable y calcinante atmosfera.

El fuego que penetraba por sus fosas nasales al inhalar lo quemaba por dentro y despacio entendio que sus pulmones se le saldrian por la boca. La carne viva de sus brazos hacia insoportable sentir el viento en ellos y la sangre, que antes fluia dando vida, ahora lo torturaba y a la vez no le dejaba el alivio de morir.

Sus ojos ulcerados no le permitian pestañear y la luz del dia lo martirizaba. Ya no tenia cejas y el cabello se le habia ido poniendo blanco dejando paso mas tarde a una grotesca calvicie en jirones.

Entendio pues que serian los efectos de la ausencia de extirpación, de la que se habia evadido con la idea de que asi podria convencerla de que el realmente era distinto y que valia la pena, pero a ella eso parecia no importarle.

Su sacrificio era futil, vano, sin destinatario.

Para cuando entendio que era mejor salvarse que seguir cayendo, parte de sus viseras estaban al descubierto y un hedor penetrante lo rodeaba tornando mas irrespirable aun el aire incandescente.

Cuando ella entro al cuarto, una luz azul y tenue lo invadio todo y una fresca fragancia de aromos le llego hasta el alma. Poco a poco se sintio invadido de una suave sensación de tranquilidad y sin dudar se dejo ganar por aquello que tanto necesitaba.

Fue entonces cuando el dolor punzante le vino desde adentro y no pudo mas que revolverse frenéticamente intentando evitarlo. Un rayo de luz le dio en los ojos y sintio el violento golpe con el suelo. Habia caido de la cama y yacia ahora de cara el suelo, sonaba el despertador... era hora de ir a trabajar.

Solo habia sido un mal sueño, tal vez un presagio...

Fue mas conciente que nunca de que diez minutos con ella bien valian que las viseras se le salieran por la boca, pero que todo sigue, aunque fuera cuesta abajo...

Y SE JURO SOBREVIVIR...

CAPITULO VI

Un año y medio habia pasado desde la extirpación de ella, y el mismo tiempo habia el evadido el llamado eclesiástico para ser sometido a su rito.

Ese tiempo lo habia empleado para simular estar extirpado ante los otros, hasta que ya no pudo simular mas y debio dejar su empleo, lo que no le habia disgustado para nada, dejar a sus amigos y su ambito.

Era una suerte de exilio interior que el juzgaba necesario. Evitaba las mieles de la extirpación, la indolencia macabra de quien asume el rito por no ser conciente de lo que le pasa, de anestasiar el dolor y reemplazarlo con una felicidad de cartón pintado.

Necesitaba bucear en si mismo. Explorar las razones que lo habian llevado hasta aquí. Entendio entonces que el purgatorio es un lugar en la tierra, que deberia asumir las culpas de su fracaso y que la vida ya no le daria revancha.

El fatídico presentimiento de que ya jamas sentiria lo mismo por alguien, de que su corazon ya no le pertenecia y que estaba lejos, guardado en un cajon polvoriento y olvidado, junto a la escasa humanidad en el rostro de ella y esa expresión de pena apenas contenida.

Dejo que el desasosiego lo ganara, por fin dejo de caminar a ningun lado.

Solo, profundamente solo, entendio que nada tenia sentido si la vida no era para compartirla con ella.

Mas de una vez habia vuelto a verla, pasando de casualidad por su casa o por lugares en que el sabia que la iba a encontrar. La miraba con el rostro esperanzado, con la idea de que ella se acuerde de el.

Ella lo miraba de la unica manera que podia, con afecto, lo recordaba pero no recordaba lo que habia sentido por el. Es el efecto de la extirpación. Pronto encontraria alguien mas acorde, mas predecible, quiza con otras ambiciones, que encajara mas en lo que los extirpados necesitan y aunque no hubiera amor, que es el primer sentimiento erradicado junto con el alma, habria ideas comunes y objetivos, planes, quiza hasta algo de cariño.

CAPÌTULO VII

Agobiado, entumecido y profundamente solo, comprendio que ya no recuperaria lo que buscaba y habia perdido, que las cosas y la gente cambian y despacio se fue entregando. La vida por fin lo alcanzo.

Entendio tambien que ya jamas podría volver a sentir lo que habia experimentado y que a veces hay que resignarse y aceptar que la vida no pasa de lado, pero nos pasa por arriba.

Apenas pudo darse cuenta que el extravio en la mirada de ella no era mas que indiferencia, y dolido, muy decepcionado y aturdido decidió que lo mejor era no demorar mas las cosas y entregarse, aceptando su castigo.

No fue extenso el tramite de aceptación, paso de una breve estancia en la carcel del estado al rito casi sin solucion de continuidad.

La ceremonia, desprovista de toda pompa, fue breve y dolorosa, pero el parecia indiferente a los martirios que el solìcito extirpador le prodigaba. No profirio ni un solo sonido, dejando su evasiva mirada vagando por el techo abovedado.

Solo un detalle distinguio al ritual que se le practicaba del resto, y este fue que la ultima clavija, la que se introducia en el cerebro no le fue insertada, dejando de esta manera en su mente el doloroso recuerdo de un pasado del que queria con todas sus fuerzas huir.

Supo asi cual era el verdadero castigo, el de ya no tener alma, ya no poder amar, ni odiar, ni sentir, y sin embargo recordar lo que es ser amado y querer con toda la fuerza del corazon, y ser herido y sufrir, sin tener ya el consuelo que deja el paso lánguido del tiempo, que apenas emparcha heridas en la superficie, dejando internamente las laceraciones mas profundas y permanentes.

CAPITULO VIII

Años mas tarde, curtido y mas fuerte –o quiza mas insensible- casi sin darse cuenta, casi por accidente, solto una lagrima en el grito de una extirpación, cuando el hijo de ella, ese al que juntos le pusieron nombres y que no era de el, era extirpado por su mano sabia...

Y rompio su juramento esa misma tarde, aquel en el que habia prometido sobrevivir. Contra cualquier pronostico o quiza por eso mismo, el ultimo rasgo de humanidad que aun moraba en su cuerpo le hizo imposible la vida, sin ella y sin aquel hijo al que habia extirpado.

Sobre la mesa de la sacristía la policia encontro una nota criptica, incomprensible, que fue archivada junto con el resto de sus pertenencias...

“Con que sonidos llenas los años que dejamos vacios? Con quien pasean tus nietos que no te conocen? Que historias huérfanas de escuchas rondan tus tardes de domingo? Dejo lo que queda de mi alma por mi, el resto nunca fue mio”.

el primero

…entonces, saque mis codos de la baranda, como para incorporarme y con ese gesto juntar, magica o tragicamente, valor.
La noche se congelo en si misma y mientras un leve viento movia las hojas de los arboles que rozaban tu balcon, intente mirarte a los ojos casi con avidez caníbal.
Yo no supe bien como canalizar esa ternura y a la vez esa premura casi animal que me impulsaba a tocarte.
El pelo te caia por los hombros con un alboroto suave.
Era increíblemente oscuro y enmarcaba tu expresión. Una expresión tan inocente y a la vez tan desmedidamente lujuriosa que me intimidò.
En ese momento me senti menos y las dudas me llenaron las manos y los ojos. Pero mi boca, mucho mas sabia o acaso mas osada te pedia.
Fue entonces cuando te acercaste, con un movimiento tan imperceptible y a la vez tan obvio que no dejò lugar a mis torpes dudas.
Alcè las manos y te toque el pelo, e hice ese gesto casi por reflejo de acomodarlo detrás de las orejas. Quiza para verte mejor.
La luna, (o el alumbrado publico, que importa?) te iluminò la cara. Los ojos tan abiertos y vivaces, la nariz tan recta y delicada, el gesto abrumadoramente tierno y la boca… entreabierta y –hoy me doy cuenta- invitadora.
Te acaricie las mejillas con ambas manos mientras me mirabas a los ojos con una profundidad que describirla serìa como desmerecerla.
Me agarraste las manos, poniendo las tuyas sobre las mias y después… después retribuiste mi caricia torpe con un gesto genial.
Pusiste tu mano sobre mi cara, y mi frente y mi mejilla y cuando la tensiòn llegaba a un pico insoportable acerquè mis labios a los tuyos y se produjo el milagro.

viernes, 16 de enero de 2009

La puerta

El cerro la puerta tras de si, y se dedico con desgano a escuchar sus pasos alejarse por el frio corredor.
Con pasmosa calma retuvo su espalda apoyada contra la perilla, mirando alternativamente el techo y el suelo, como buscando algo… algo que sin dudas no habia perdido en aquella vacia habitacion.

tuvo de pronto la desgarradora sensacion de perdida y se sintio ir.

Ella jamas volveria, ya no seria su secreta esperanza ni su meta y su final, un principio y un fin en si misma. No… seria una pieza del pasado, de un pasado que querria desesperadamente revivir.

Mientras caminaba alejandose de aquella puerta la joven muchacha comenzo a sentir las mieles de la libertad

sábado, 3 de enero de 2009

poder y no poder

Puedo verte llegar y no se adonde

Puedo verte huir y es de mi

Puedo sentirte amando pero a otro

Puedo mirarte mucho, sin razon


Podria jurarte, construirte, desarmarte

Podria pedirte, rogarte o maldecirte

Podria seguir penando sin tenerte

Podria tenerte sin que me tengas vos


Yo se que estas en algun lado

Yo se que esperas alguna cosa

Yo se que esa cosa no me incluye

Yo se que nunca me voy a resignar


Pero si fuera por mi

Aunque no te construya, ni te desarme

Ni te maldiga y, mucho menos, te tenga

Ojala hubiera otras como vos


Pero deberias tener en cuenta algo

Que es importante y casi visceral

Si no estoy yo para sentirte

Difícilmente vos puedas lastimar